Una sola pregunta (sin acritud)




Con o sin investidura; con o sin acuerdo de gobierno; con o sin pacto de izquierdas; con o sin elecciones anticipadas… ¿Es posible la regeneración política que necesita España sin que previamente el Partido Popular se someta a sí mismo a una renovación profunda? No. No es posible, y conviene argumentarlo para separar el grano de la paja, y los intereses muy particulares de algunos del interés general a medio y largo plazo.

El Partido Popular fue el más votado en las últimas elecciones pese a perder 3,5 millones de votos y 63 escaños. Ocupa el espacio mayoritario en la derecha a mucha distancia de un emergente Ciudadanos cuyo protagonismo parlamentario ha resultado ser bastante menor del que sus inventores y propagandistas pretendían. No se cansa de repetir Mariano Rajoy que, sin el PP, no es posible abordar una reforma constitucional en España ni acordar otros consensos que permitan un reseteo a fondo del sistema. En esto, por una cuestión simplemente numérica, de representación democrática, Rajoy tiene razón.

El problema, el muro, el enorme obstáculo que afronta este país consiste en que ni Rajoy ni el PP han querido o han estado interesados en ningún tipo de regeneración democrática. Si lo estuvieran, tendrían que asumir su responsabilidad fundamental en el actual bloqueo de la situación política. ¿Por qué creen que ningún otro partido está dispuesto a llegar a acuerdos con el PP, ni siquiera cuando Rajoy ha ofrecido reformas de todo tipo e intercambios de apoyo en comunidades autónomas, ayuntamientos y todo lo que haga falta para continuar en el poder?


Si el PP es un partido "apestado" es por los méritos acumulados por decenas de sus dirigentes. El “y tú mas” sobre la corrupción es una absoluta engañifa. Por supuesto que ha habido corrupción en el PSOE, en CiU, en IU… financiación irregular y jetas que han metido la mano en la caja pública. Incluso en los llamados emergentes, Podemos y Ciudadanos, ha habido y hay irregularidades, unas que se han resuelto con renuncias o despidos y otras que están aún por explicarse. Pero ya basta con esa broma macabra del “y tú más” que tanto daña el prestigio de la democracia y de la política.

Sólo el PP mantiene como presidente del partido (y del Gobierno en funciones) al máximo responsable político durante la década ominosa en la que ya está documentada judicialmente una corrupción sistémica, con fórmulas perfectamente conocidas de financiación irregular de campañas electorales; con manejo constante de dinero negro; con pago de sobresueldos opacos; con todos (absolutamente todos) sus tesoreros imputados o investigados por distintos delitos desde la propia fundación del partido (y antes, en Alianza Popular) hasta hoy. Sí, hasta hoy mismo, cuando la cúpula dirigente del PP de Valencia está detenida y algunos de sus referentes aforados están a un pie de la imputación /investigación. Entre rejas se encuentra Alfonso Rus, un cacique del partido al que Mariano Rajoy se dirigía hace unos años con palabras tan emotivas: Te quiero, Alfonso; te quiero, ¡coño!, y tus éxitos son mis éxitos”.

Un serial y una entrevista

La pregunta que el miércoles lanzaba Iñaki Gabilondo en la cadena SER es absolutamente pertinente: "Señor Felipe González: ¿a este Partido Popular, con Rajoy a la cabeza, sin regeneración de ningún tipo, es al que el PSOE debe facilitar seguir gobernando?” Parece que a González, y por supuesto a Juan Luis Cebrián, promotor incombustible de la idea de que el PSOE debe abstenerse y facilitar un gobierno de PP y Ciudadanos, les bastaría con que Rajoy se hiciera a un lado (eso sí, con una "retirada honrosa"), según propuso el presidente de El País en el artículo que abría un serial de reflexiones reiterativas cuyo broche final ha sido la entrevista al propio Felipe González publicada este jueves. En ella, González sigue demostrando una profundidad de análisis político tan envidiable como digna de mejor causa, para concluir que “ni PP ni PSOE deberían impedir que el otro gobierne”. No hay forma, obviamente, de que eso ocurra sin que uno de los dos se abstenga en una votación de investidura.

Sorber y soplar a la vez no puede ser. Resulta patético que González, Cebrián, exministros del PSOE, del PP y de la UCD e ilustres colaboradores del grupo Prisa se pongan en fila revindicando al mismo tiempo la necesidad de una regeneración del sistema reclamada desde el 15-M hasta las urnas del 20-D y un acuerdo PP-PSOE-Ciudadanos (¡no una gran coalición, por dios!) que permita un gobierno “estable”. O no entienden, o no quieren o no les interesa escuchar la pregunta que hacía Gabilondo y la respuesta obvia en cualquier democracia del mundo: el PP necesita pasar a la oposición para abordar, si así lo deciden sus dirigentes (o lo exigen sus 800.000 afiliados), una renovación a fondo. El PP ha recibido el voto de 7.215.752 ciudadanos que merecen el mismo respeto que los votantes de cualquier otro partido. Deben saber, eso sí, que no se recuerda en la historia política el caso de ningún partido que se haya renovado desde el poder. Los procesos de cambios internos y de asunción de responsabilidades se afrontan desde la incomodidad de la derrota.

Quienes tan a menudo aparecen como adalides de la razón de Estado y de las esencias democráticas se han pasado esta vez de frenada. Hasta en el Ibex-35, tan interesado en sostener el bipartidismo o variantes que garanticen sus prioridades empresariales, admiten que la ‘solución Cebrián-González’ supondría la liquidación del PSOE y el empuje definitivo de Podemos como fuerza hegemónica de la izquierda.

Los intentos que haga Pedro Sánchez (con permiso del Comité Federal del PSOE) para lograr apoyos suficientes para su investidura son no solo legítimos sino obligatorios. Las ambiciones de Podemos para lograr el mayor cupo de poder en un (posible pero dudosamente deseable por ellos mismos) gobierno de coalición o una mejor posición ante nuevas elecciones también son legítimas. Base programática para llegar a acuerdos prioritarios hay, como aquí ha explicado muy bien Ignacio Sánchez-Cuenca. Lo que a estas alturas sería una ingenuidad es pensar que la absoluta desconfianza que se profesan las dirigencias de PSOE y Podemos es superable fácilmente en dos semanas. Toda situación política compleja precisa soluciones también complejas que suelen necesitar tiempo, y no improvisaciones ni ocurrencias. Menos aún cuando la aritmética exige sumar a ese entendimiento el de IU y fuerzas nacionalistas. No es extraño que otro expresidente, José Luis Rodríguez Zapatero, siga viendo como salida más probable la repetición de elecciones.

Lo llamativo es que los únicos que sufren la presión de demostrar “talla”, “nivel”, “experiencia” y “sentido del Estado” sean quienes protagonizan la responsabilidad de resolver este endemoniado puzle. Mientras tanto, aparecen como sensatos, expertos y responsables quienes no tienen más excusa que sus intereses particulares para defender soluciones clamorosamente condenadas a perpetuar el desastre o a empeorarlo.

No. No es posible la regeneración democrática que España necesita sin un PP profundamente renovado. Cualquiera que eche una mano puede verse arrastrado a la fosa séptica. Quienes insisten en recomendar ese viaje sabrán qué objetivo les mueve. Desde luego no el sentido de Estado.

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