Existen todavía empresarios modélicos



En 2014 había en España un total de 3.114.361 millones de empresas, de las cuales 3.110.522 (el 99,88%) eran pequeñas y medianas, es decir, pymes (con entre cero y 249 asalariados). Son datos del Directorio Central de Empresas, difundidos por el Ministerio de Industria en su informe Retrato de las pyme 2015 [PDF]. Eso indica que las grandes empresas españolas no llegan a 4.000 en número: en concreto son 3.839. ¿Y por qué todo el día sólo oímos hablar de las grandes empresas?
Las pequeñas y medianas empresas, según la misma fuente, dan trabajo a 13,3 millones de personas. El año 2014 se cerró con 16,7 millones de afiliados a la Seguridad Social, así que podemos afirmar que, en España, como poco, el 79,6% del empleo privado lo generan pequeñas y medianas empresas. Los 3,4 millones de trabajadores que no trabajan en pymes se distribuyen entre grandes empresas, entre funcionarios y empleados públicos (unos 2,5 millones) y, también, entre los cientos de miles de autónomos que no han montado una empresa y que trabajan por cuenta propia. Diferentes fuentes calculan en tres millones el número de autónomos en España, el problema es que en ese dato no se desagrega en cuántos han montado una pyme (una S.L.) y cuántos no.
Hace unos meses el diario económico Expansión aseguraba que el ‘top 100’ de grandes empresas empleadoras era responsable de 1,5 millones de puestos de trabajo. Pocas semanas después, sin embargo, el Banco de España publicó un informe que alertaba de que 811 grandes empresas (el 20% del total de las grandes empresas) estaban generando sólo trabajo temporal. Frente a esas grandes empresas, las pymes aportan, además, el 65% del PIB: o sea, la mayor parte de la riqueza.
Existen empresarios modélicos, esforzados, auténticos héroes de la pequeña y mediana empresa entrampados hasta las cejas por poder seguir pagando los sueldos a sus dos o tres empleados. Empresarios comprensivos y ejemplares, que sustituyen ellos mismos a sus trabajadores para poder cuadrar turnos cuando uno de ellos está de baja. Tal y como está montado el tinglado (nunca me oirán hablar de sistema), sin esos empresarios sería impensable vivir.  Entre esos empresarios modélicos, con todos los papeles en regla, con sueldos contenidos y beneficios que siempre reinvierten en la empresa (en ampliarla, en contratar, en mejorar las condiciones de trabajo de sus empleados), existen además unos muy especiales: los que apostaron por una idea novedosa, los que arriesgaron sus ahorros (o pidieron un crédito) para hacer realidad un proyecto: son los emprendedores. Sobre los empresarios, igual que sucede con cualquier otro colectivo, no se debe generalizar. Ni para bien, ni para mal.
Y, pese a esto, después de cuatro años de Gobierno neoliberal, España ocupa el puesto número 82 en todo el mundo entre los países en que es más difícil crear una empresa, según datos para 2016 de DoingBussines.orgEs más fácil crearla en Burkina Faso, en Zambia o en Afganistán (por ejemplo), que en España. Sorprende la absoluta desatención y desidia hacia los emprendedores por parte del Ejecutivo. Y sorprende la absoluta pasividad de los emprendedores, de los autónomos (entre los que me cuento) y de los pequeños y medianos empresarios a la hora de exigir al Ejecutivo unas condiciones cuanto menos homologables a las del entorno europeo. Las grandes empresas (bancos, constructoras, eléctricas, petroleras, operadoras de telefonía…) siguen siendo las niñas mimadas del Gobierno, aunque la influencia de estas compañías en el sustento de las familias sea mucho menor que el de las pymes.
Por supuesto, las grandes empresas tienen mucha más facilidad para obtener créditos (una pyme puede llegar a pagar el doble de intereses por un préstamo que una gran empresa) y, también, cuentan con mayor capacidad para reestructurar su deuda o refinanciarse, así como para implementar maniobras contables y administrativas que les permitan abaratar costes y minimizar el pago de impuestos y gravámenes. Además, algunas de estas grandes empresas son tan grandes y están tan imbricadas en la macroeconomía del país, que es imposible que caigan (el Estado -el dinero de usted, y el mío- las salvará por su condición de compañías sistémicas), así que sus directivos no asumen el riesgo que caracteriza esencialmente a la idea de emprender. Por el contrario, un pequeño o mediano empresario, simplemente por su tamaño, está en desventaja normativa y administrativa respecto a las grandes corporaciones. Si a esto añadimos que el 32% de las empresas españolas son microempresas (entre cero y nueve empleados), el grueso de los empresarios españoles son auténticos llaneros solitarios abandonados en las fauces de la burocracia.
En 2011 el sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda alertó de que el 72% del fraude fiscal es obra de grandes empresas y grandes fortunas. Es falso el cliché de que la mayor parte de la economía sumergida se deba a profesionales por cuenta propia (fontaneros, electricistas, vendedores, etcétera). Es decir: no es sólo que muchas de las grandes empresas no tengan una incidencia real en la riqueza de los ciudadanos de a pie; es que, además, muchas gozan de posición de pseudomonopolio (no es raro que pacten precios con la competencia). Para colmo, mediante el fraude y la evasión fiscal, algunas de estas grandes empresas nos están hurtando a los ciudadanos recursos públicos (en Educación, Sanidad, Servicios Sociales, etcétera) a los que todos tenemos derecho.  Y, entre esos ciudadanos a los que muchas grandes empresas están hurtando derechos, se cuentan, también, los pequeños y medianos empresarios.
Pregúntense ahora a lado de quién están los gobernantes. ¿Al lado de los empresarios? ¿De quéempresarios? ¿Junto a quién salen todos los días en los medios de comunicación los líderes políticos? ¿Quiénes han monopolizado la idea de empresario? ¿Quiénes han monopolizado la idea de marca España cuando el auténtico mérito, el auténtico riesgo y el auténtico esfuerzo lo asumen otros? La respuesta es fácil. Basta con empujar la puerta y constatar lo bien que gira…


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